Los consultores de comunicación política barajan dos máximas en tiempos de elecciones. La primera es que las campañas solo influyen en el indeciso y refuerzan al decidido. En momentos de fragmentación electoral como el presente, en el que los partidos que gobiernan lo hacen con coaliciones porque no consiguen aglutinar más allá del 30% del voto, las campañas son decisivas para orientar a un mayor número de indecisos y para reforzar a un decidido cuya adhesión a su opción de voto es mucho más débil que antaño.

Así ocurre en los comicios que España tiene por delante este año. Diversos datos apuntan cambios muy relevantes. Se avecinan cifras récord de movilidad de voto, que consolidarán la tendencia, iniciada en 2015, a dejar de votar por tradición. Ese año, uno de cada cuatro votantes cambió su opción política habitual, algo que se repitió en los dos comicios generales de 2019. Esa cifra puede aumentar ahora, pues en las encuestas no bajan del 40% los votantes que piensan cambiar. Son los índices de fidelidad de voto más bajos de la historia.

A causa de la alta movilidad, a las encuestadoras les cuesta más acertar sus estimaciones, pues bastará que un puñado de votos se incline hacia uno u otro lado para determinar el resultado final. No será suficiente con ser primera o segunda fuerza y así alcanzar al nivel mínimo necesario para buscar socios de gobierno. Recaerá en la tercera fuerza la posibilidad de inclinar la balanza.  En muchos ayuntamientos y circunscripciones, situarse en cuarto lugar será desaparecer, arrojar a la papelera los votos recibidos.

En España, el voto viaja fundamentalmente entre la izquierda (de Podemos a Sumar y al PSOE, y del PSOE a Sumar) y entre la derecha (de Cs al PP y de Vox al PP). El paso a la abstención se da fundamentalmente en votantes de Cs y del PSOE. En la derecha, el PP se beneficia del reagrupamiento al absorber buena parte del votante de Cs. En la izquierda, parece que pierde voto el partido que amenazaba con arrebatar el liderazgo al PSOE. Pero para el PP y el PSOE es un problema la existencia en su espectro ideológico de otro partido (Vox y Podemos) y lo que necesitan es complicado de gestionar. Deben sacar buena ventaja para no sufrir gran condicionamiento en acuerdos de gobierno. A la vez, han de garantizar que su posible socio obtenga presencia suficiente (al menos 40 escaños).

En definitiva, no basta con llegar al voto máximo posible, sino que es necesario también evitar que el socio de tu rival relegue al tuyo a la cuarta posición. Esto ha adquirido especial intensidad en la izquierda con el incremento de la fragmentación propiciado por la aparición de Sumar. Que esta fuerza vaya unida o separada con UP-Podemos moverá los votos “a puñados” en diversas direcciones, puñados que serán determinantes del resultado final.

Algo así ocurre con las elecciones autonómicas y locales del 28 de mayo. La salida de Cs de todos los parlamentos pone casi dos millones de votos en juego. El PP es quien más se beneficia, con diferencias según las Comunidades Autónomas, pues en algunas parecen votantes que en su día estuvieron con el PSOE y a él regresan o se pasan a la abstención. También dará entrada a Vox, que pasa a ser la tercera fuerza en varias circunscripciones, aunque en algunas hasta un 40% de votantes de este partido dicen pasarse al PP, motivados quizá por el voto útil. La desaparición de Cs puede además relegar a Podemos y a sus marcas a ser cuarta fuerza y, con ello, a la desaparición. El combate por la tercera fuerza será especialmente relevante en autonomías como Castilla La Mancha y Extremadura, o en capitales como Sevilla, Valencia, Madrid o Barcelona. También por un puñado de votos, en este caso de fuerzas regionalistas, se libraría el resultado final en comunidades como Aragón, Baleares y La Rioja.

Estos cómputos, casi de filigrana, hablan de la necesidad de hacer las campañas con más y mejores conocimientos para analizar e interpretar al votante, fijar mejor el target, y en fin, explorar cómo incidir en la motivación de quienes podrían pasarse a la propia opción.

La segunda máxima dice que la mejor campaña es la que se hace durante la legislatura. Ciertamente, una campaña con un votante que “pasea” su decisión de voto entre varias opciones políticas, o entre votar y la abstención, es la que se dirige a un votante que necesita información y motivación, y lo buscará no solo en campaña sino durante toda la legislatura. Hay datos, por ejemplo, que indican trasvase de izquierda a derecha, causado quizá porque el votante pone más el ojo en resultados de la gestión que en siglas de partido. Para quien sea dircom, su primera tarea es persuadir a su jefe para que le otorgue peso institucional en el organigrama. Solo así logrará hacer buena campaña durante la legislatura, al coordinar mejor los hechos y los mensajes. Solo así garantizará llegar al final con buenas previsiones electorales