La repetición electoral del pasado domingo ha arrojado algo similar a lo que sucedió en la de 2016: baja la participación (con un 69,87%, es igual que la de 2016, de las más bajas junto a la de 1979 y 1989), y el electorado castiga a aquellos a quienes considera culpables de una segunda llamada a las urnas: Ciudadanos, Podemos y PSOE.

Estos resultados confirman la tendencia por la que desde 2015 en España se dejó de votar por tradición. Entonces uno de cada cuatro votantes cambió su opción habitual de voto, algo que se repitió en 2019. Pero es que el domingo, sólo siete meses después del 28 de abril, se han vuelto a producir importantes “bailes” entre unas fuerzas políticas y otras, y entre votar y la abstención. Así, desde 2014, cuando en las europeas surgiera de la nada un partido llamado Podemos, son tres las fuerzas que arrasaron con la promesa de una nueva política, dos de las cuales ya han tenido que irse a las últimas filas.

Tres cambios fundamentales se han producido entre el 28-A y el 10-N. En primer lugar, España ahonda en su fragmentación: entran tres partidos por primera vez (CUP, Teruel Existe y Más País) y regresa el BNG. Con ello, se reduce todavía más (un 2,2%) la representación en el Congreso de aquellos partidos que tienen implantación nacional; y se incrementan los votos que van a la papelera en la izquierda y en la derecha (excepto en  Navarra).

En segundo lugar, del 28-A al 10-N a Ciudadanos se le puede aplicar lo de “como la espuma subió y como la espuma bajó”. Las causas van más allá de la culpa por no impedir unas segundas elecciones, pues el batacazo demuestra la heterogeneidad de votantes de la que vivía este partido: de los dos millones y medio de votos que pierde, un millón se va a Vox, medio al PP y el resto sólo puede haber ido a la abstención. Es decir, Rivera vivía de algunas personas que querían el centro (ninguna de las cuales, por cierto, se pasa al PSOE, que pierde 700.000 votos); pero vivía también de otras muchas que se le hubieran ido si Cs hubiera apoyado un gobierno de Sánchez. Éste es el caso de un fracaso de partido por lapidar el propio capital (la marcha de Arrimadas a Madrid maltrató el activo de arrebatar el liderazgo al independentismo en las últimas elecciones catalanas) y por un error de cálculo de liderazgo (manifestado en ansiosas y cosméticas estrategias electorales de último minuto como la moción de censura al Gobierno catalán y la oferta de pacto a Sánchez).

Por último, en estos siete meses ha cuajado el sonado triunfo de Vox: gana un millón de votos y llega a 52 escaños, más del doble de lo que tenía. Un análisis fácil sería el de culpar a Sánchez de alimentar la extrema derecha exhumando los restos de Franco, pero hay algo más profundo y complejo que puede escapar a la prensa internacional que equipara la fuerza de Abascal con extremas derechas europeas.

El PSOE ignoró que el miedo a la derechona es también la estrategia del independentismo catalán

Efectivamente, una vez más, el PSOE se abonó en esta campaña a la estrategia de vincular a su rival con el pasado franquista, mostrándose como el freno a la ultraderecha de “una España en blanco y negro”. Ignoró así el riesgo de que ese miedo a la derechona es, también, la estrategia que ha estado empleando el independentismo catalán para desprestigiar nacional e internacionalmente el juicio al procés. Pero es que el 10-N, como en las elecciones andaluzas, la unidad de España ha sido una de las motivaciones más dominantes del voto. Vox ha vendido patria, y a diferencia del 28-A, elmiedo a una patria dañada por el independentismo ha podido más que el miedo a la extrema derecha al que Sánchez apeló. Hay algo más que explica el triunfo de Vox. Ha vendido, también, rechazo al despilfarro autonómico, algo muy relevante ante una posible crisis económica, otra de las motivaciones que ha reinado en las urnas del 10-N. “El Estado de las autonomías nos ha hecho todavía más desiguales”, afirmó sin despeinarse Abascal en el debate, dando con ello en la llaga de lo que muchos piensan pero no se atreven a decir. Los de Abascal han utilizado la estrategia de arremeter contra lo políticamente correcto, algo a lo que hay que prestar atención si se quiere entender la deriva que puede adqui-rir esta fuerzapolítica en el futuro.

España insiste en su fragmentación, y con ello proporciona a Sánchez la grave dificultad de articular mayorías, a Casado la de consolidar liderazgo y partido, y a España, la de sugobernabilidad.

Catedrática de Comunicación Política y del Sector Público. Universidad Complutense de Madrid