La mayor parte de los problemas afloran cuando el lenguaje se va de vacaciones. Esta idea de Wittgenstein, con la que advierte del peligro que tiene tratar las palabras como si su significado fuera arbitrario, bien sirve para enmarcar el análisis de la presente situación electoral.

El 23 de julio casi uno de cada dos electores cambiará su opción habitual de voto. Mi apuesta es que este cambio estará causado por un manejo tergiversador de las palabras llevado a cabo en esta legislatura.

Es decisión nada menor la de modificar el partido al que te adhieres. Por eso merece explorar los motivos que la guían. La movilidad de voto que se avecina consolidará lo ocurrido el 28 de mayo: la tendencia del votante a minimizar su adscripción partidista para atender a otros factores. El voto no estará influido por la economía, cuyos resultados son mejores de lo que se reconoce, ni por la corrupción, que decidió el cambio de 2019. Los próximos comicios los decidirá el radar que ha puesto el votante para detectar la (in)coherencia de los partidos y de sus líderes.

Coherencia refiere a la relación lógica entre las partes o elementos de algo de modo no contradictorio entre ellas. A estas alturas, el radar del ciudadano ya habrá detectado los patentes desencuentros entre las partes de la coalición de gobierno saliente.

Coherencia es también la actitud consecuente de una persona en relación a una postura previamente asumida. El radar se iluminará aquí de nuevo, esta vez a causa de un objeto más sutil. Unas semanas atrás, el periodista Carlos Alsina pidió al presidente del gobierno que se definiera. En su respuesta, y como quien se siente dueño de los espacios semánticos, Sánchez mandó la palabra “mentira” de vacaciones: dejó su significado vacante para reemplazarlo por el de “cambio de opinión”.

La legislatura que acaba acumula ejemplos de esta forma de incoherencia. Empezó marcando la diferencia entre el Sánchez candidato y el Sánchez presidente para dar vía libre al arbitrio de las palabras y colocar los significados según necesidad. Sánchez sacudió la figura del relator —que Naciones Unidas reserva a países en conflicto— para camuflar un anómalo proceso bilateral entre la nación española y una comunidad autónoma. Modificó el significado de sedición para eliminarlo del código penal. Ajustó la malversación para devaluar este delito. Acuñó la necesidad de restituir la convivencia en Cataluña para desdecirse de la promesa de no indultar. Difuminó las referencias a Bildu para disimular conexiones con una fuerza política en la que militan personas que han cometido delitos de sangre.

Esta actitud con el lenguaje sugiere que quien la adopta considera posible cambiar los espacios semánticos en un corto lapso de tiempo. Es más peligroso que el uso de eufemismos. El riesgo se aprecia mejor considerando la “posverdad”, la versión actualizada de la navaja de Ockham que corta el vínculo ontológico sólido y unívoco entre realidad y palabra. La comunicación posverdadera apela a la emoción para anestesiar la capacidad de la razón de sujetarse a la realidad. Es incoherencia porque se separan dos partes que están adheridas, y es posverdad porque se asume que la verdad es irrelevante.

La incoherencia pasa factura, pues un lenguaje vacante, que acomoda la realidad borrando lo que no interesa, acaba por olvidar que la realidad siempre regresa para vengarse.

Que la realidad maltratada se toma revancha lo muestra, por ejemplo, lo sucedido en torno al “borrado de la mujer”, expresión acuñada por un cierto feminismo de izquierdas para oponerse a las consecuencias del neolenguaje queer, término que designa a quienes rechazan incluir su identidad en la dicotomía hombre/mujer. Lo queer reemplaza el sexo por el género como categoría jurídica, pero es que solo la primera es objetivable y se atiene a realidad por cuanto se apoya en la indiscutible genitalidad de los seres humanos al nacer. Al ceder a la autoidentificación de género, se diluye el contenido de la palabra “mujer” y la realidad sexuada femenina queda despojada de sus derechos.

Dejo aquí ejemplos de la venganza de la realidad por dar vacaciones a la palabra “mujer”. En el Reino Unido, un violador se declaró transgénero y fue recluido en una cárcel de mujeres donde pudo abusar de las presas. En México, varios hombres autoidentificaron su género como mujer para aparecer en listas electorales sin incumplir la ley de paridad. En Argentina, un asesino ha evitado una condena por femicidio al alegar que se autopercibe mujer. Es creciente el número de varones autoidentificados como mujer que han subido al podio en competiciones femeninas. Ciertamente el borrado de la palabra mujer no ha sido inocuo.

El radar de la (in)coherencia también topa con palmarias contradicciones como la “ley de garantía integral de libertad sexual”, que adelanta la libertad a los violadores y reduce sus penas. La incoherencia entre la realidad y la palabra puede llevar a la izquierda a hacer aguas en las urnas en uno de los temas que tomó como bandera. De hecho, hay datos que apuntan que los votos femenino y joven emigran buscando nuevo paradero.

La realidad pasa factura a todos. A la derecha ya se le imputa la ambiguedad e incoherencia reflejada en los pactos PP-VOX. Será factura difícil de eludir, pues explícita ha sido una de sus líderes al declarar vacante su propia palabra, dejando ver así el poco valor que le otorga. No valorar la palabra es no valorar la realidad.

La necesidad de respetar el significado de las palabras, de salvaguardar la conexión entre la realidad y el mensaje, entre el hacer y el decir, tiene importantes implicaciones en la comunicación. Las campañas electorales refuerzan a los decididos e inclinan a los indecisos. Hay millón y medio de votos de Cs en busca de destino; casi dos millones y medio de Podemos forzados a reconsiderar si Sumar es el lugar donde quieren estar; más de tres millones y medio de Vox en la incertidumbre de acumular con el PP la fuerza para cambiar de gobierno. Si se mantiene la pauta del 28M, hasta 700.000 votantes socialistas dudan si votar al PP. Son muchas decisiones de voto necesitadas de refuerzo y, por tanto, abiertas a los efectos de la campaña.

El votante no solo recibe mensaje con lo que oye, sino también con lo que experimenta. Por eso, en la comunicación de gobierno es necesario diseñar organigramas, perfiles profesionales y prácticas que aseguren que las palabras pronunciadas tengan soporte en la realidad, que el relato no tergiverse lo que el ciudadano ve; que garanticen que políticas públicas relevantes, como la educativa o la energética, se rigen por datos y evidencias que permitan calibrar qué ayuda de verdad a combatir el fracaso escolar o la contaminación del planeta.

Si los significados se tambalean, se pierde pie. Se sufre. “Hace tiempo que perdí práctica en decir la verdad” dice Ferro, interpretado por Luis Zahera, en “Vivir sin permiso”, una trama en que hay dolor y angustia porque la palabra está anulada. Todo es mentira.

Una vida que se vive de mentira pasa factura. Quizá lo que encontremos en la urna del 23 de julio sea un ansia por hacer pie en tierra firme. Las elecciones se convocaron en período estival y tal vez el votante acuda para castigar por haber mandado al lenguaje de vacaciones.

María José Canel
Catedrática de Comunicación Política y Sector Público
Universidad Complutense de Madrid

 

Fuente: https://www.abc.es/opinion/maria-jose-canel-factura-electoral-mentira-20230711142518-nt.html