Su partido le empujó a abandonar el plasma y pisar la calle. Ahora no deja de entrar en los bares. Incluso ha servido alguna caña. «No parece cohibido y sabe estar con la gente», coinciden los hosteleros que le han conocido estos meses.

España ha sido, es y será un país de bares. Con la ley antitabaco se anunció la muerte del sector. Pero aumentaron recaudación, clientela y trabajadores. La crisis global hizo tambalearse a bancos e inmobiliarias. Pero otra vez resistió la hostelería que emplea a 1,54 millones de trabajadores en los 200.000 locales abiertos. El 70% de los españoles mayores de edad reconoce que entre sus hábitos está el buscar acomodo en la barra de un bar.
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, tardó en darse cuenta de que esos escenarios son el auténtico plató nacional donde se cuece algo más que raciones de calamares. O de ‘cigalas de huerta’, que es como llaman a los ajos aragoneses que Rajoy se metió entre pecho y espalda en Casa Pascualillo, en el popular Tubo de Zaragoza. «Antes de ser ‘presi’ ya había estado aquí. Tenía prisa pero se hizo fotos con todo el mundo», resume desde el otro lado de la barra el gerente del local, Sergio Esteban. Para ‘empujar’ esos ajos, además de la longaniza del Pirineo y los ‘talentos’ (sesos rebozados) de la casa, Sergio sirvió a la comitiva tinto aragonés y una caña de cerveza artesanal. Ocurrió el 18 de mayo y es la última de las frecuentes visitas a las tabernas con las que los estrategas del candidato del PP intentan romper su imagen de hombre con aversión a la calle.
En el equipo de Rajoy atribuyen a su portavoz, el joven Pablo Casado, la decisión de abandonar el plasma y pisar los bares. El batacazo de las municipales y autonómicas de mayo de 2015, después de aquel vídeo sin alma en el que Rajoy se asomaba a las casas de la gente para darles las gracias, convencieron a sus asesores de la necesidad de gastar más acera.
Hasta ahora, la imagen del político gallego en tono distendido apenas podía contemplarse en locales próximos a la sede del PP, como El Santo, uno de cuyos camareros, Pepe (¡casualidad de nombre!) reconoce que «desde que es presidente se prodiga todavía menos». Las presencias en Casa Manolo o en Casa Mariano (más coincidencias), cercanos al Congreso de los Diputados, también se fueron espaciando. En realidad, Rajoy simplemente mostraba su lado más sincero. Mientras preparaba la precampaña de las generales del 20-D, abrió por primera vez La Moncloa. Fue a la periodista Ana Rosa Quintana. Le reconoció todos los ‘noes’ de su vida social: ni cines, ni teatros, ni cenas, ni bares. Solo cuando está de vacaciones en Galicia y con sus más íntimos. Y eso que fue en un bar de Pontevedra, El Universo, donde suele recordar que su hermano Luis le presentó a su mujer, Viri. En éste y en el Daniel Boone, realizó en su ciudad natal su ‘máster’ en relaciones mundanas.
La única vez que durante su mandato se acordó de estos pilares de la economía nacional, cuando dijo que se notaba la mejoría porque «la gente consumía más en los bares», se le echó encima hasta el jefe de la oposición. «Hablaría de unos bares y cafeterías que frecuenta él, pero no son los de la clase trabajadora», le espetó, Pedro Sánchez. El caso es que la precampaña de las estériles elecciones del 20-D ya avanzaron su nueva imagen dispuesta a mezclarse con la gente. Y a que se visualice. En sus perfiles de Facebook y Twitter no falta un amplio apartado de fotos brindando en tabernas populares.
«En realidad, Rajoy se agarra a sus nichos. La calle ya la ocuparon otros. Por eso acude a bares de jubilados para escenificar su imagen de proximidad. El problema es lograr autenticidad para que los efectos sean los deseados», resume el sociólogo y presidente de la Asociación de Comunicación Política, David Redolí.
Brindis al futuro
Con sus antecedentes tan planos, esa imagen campechana salta a la mínima. Como el pasado 21 de abril cuando se fijó en las retinas el estreno de Mariano Rajoy detrás de una barra, sirviendo cañas y chatos de vino a los parroquianos. «Casi le obligué yo», confiesa entre divertida y atrevida la dueña del bar Rocinante, de El Toboso (Toledo), Angelines Martínez. Tras un titubeo, el político brindó por un futuro mejor.
– Le dije, presidente ¿por qué no pone una caña?
– No sé.
– Yo le entreno.
Angelines se ha quedado con la imagen de un político que «puso mucho empeño en tirar bien las cañas» y no cree que la jugada «estuviera preparada. Solo se dejó llevar». La comitiva que encabezaba su secretaria general, María Dolores de Cospedal, pasó el trago con queso y cordero manchegos. Tal vez no estaba amañado pero la dueña del Rocinante ‘fichó’ al «señor canoso que vino varias veces seguidas, antes de que le acompañara la propia Cospedal el día antes de la visita».
Los tiempos han cambiado y los escenarios políticos también. Y mucho. «El 20-D los partidos emergentes, sin acceso a los medios, buscaron su espacio en la televisión. Y han acabado contagiando a las formaciones de siempre que diseñan campañas más cercanas: cocinando, jugando al futbolín…», explica la catedrática de Comunicación Política, María José Canel.
El 26-J los expertos auguran cambios drásticos. «Los mítines son caros y ya no son eficaces. Ahora proliferan las cercanías a la gente. Y en los bares todo está más acotado y no hay que chillar», continúa Canel, que recuerda que exhibir ‘músculo’ en los mítines ya no es garantía de éxito. «El PP tuvo las peores cifras en los mítines en diciembre y ganó».
A la gente parece llegarle mejor la imagen de un político con cara de poner el mismo interés en los Presupuestos Generales del Estado que en cómo elabora Juan Manzano sus famosas sardinas al espeto en el Chiringuito María, en el Paseo Antonio Banderas, ‘front row’ de la Costa del Sol malagueña. Por allí se dejó caer el pasado día 14 acompañado del presidente del PP andaluz, Juanma Moreno. «Rajoy me preguntó cómo están las cosas. Yo le dije que no acaban de arrancar», resume Manzano, cuya familia lleva 80 años ofreciendo delicias como el carrillo de pintarroja y el tomate con ventresca y atún de almadraba de Barbate que les sirvió ese día. Todo regado con cerveza y un poquito de vino tinto. «No me pareció nada cohibido. Sabe estar con la gente», concluye Manzano.
Los expertos no se acaban de poner de acuerdo sobre el valor de estas visitas. «Nunca es tarde en campaña electoral, y ahora sabe que si se esconde o no da la cara pierde seguro», valora el comunicador David Redolí. «Hagan lo que hagan llegan tarde. La franja (de voto dudoso) es tan estrecha que hay que saber acertar de pleno», tercia María José Canel.
El que no acertó fue Juan Bargondia, dueño de El Sebas, un clásico de la calle Laurel de Logroño que estaba ausente cuando el equipo de Rajoy se acercó a su reclamo de 130 referencias de vino. La cifra no le despistó porque «iba con gente que sabía». Al final «cayeron un par de botellas de Rioja y algo de picoteo», le contaron sus camareros. Juan no rivaliza y ya tuvo al otro lado de su barra a Pedro Sánchez. Si hay algo que une a todos estos escenarios es su condición de negocios familiares, transmitidos de padres a hijos. También Casa Paca de Salamanca, hermosísimo local que ha llenado la panza de gente como Kofi Annan (exjefe de la ONU) en una cumbre iberoamericana. Germán Hernández, su gerente, le puso en marzo a Rajoy unas patatas meneadas, jeta (de cerdo), chanfaina y farinato. Le llamó la atención que casi no le dejaban comer con tanta foto y selfi. «Supongo que lo lleva en el sueldo», bromea. A ninguno de estos hosteleros citados le suena que fuera Rajoy quien tirara de cartera para pagar la cuenta.