Leí la carta del Presidente del Gobierno y me pregunté si Kenneth Burke habría acudido a la Moncloa para asesorar en la redacción. Este teórico de la literatura, que va más allá de los planteamientos tradicionales de la retórica, tiene una concepción de la comunicación política con la que es posible asomarse a la trastienda de la misiva que el pasado miércoles fue dirigida al ciudadano español.

Considera Burke que para comprender las situaciones que se nos presentan necesitamos ponerles una narración, y al hacerlo, seleccionamos palabras y símbolos de forma intencionada: buscamos poner al espectador a favor de nuestra propia interpretación. Al relatar, desplegamos una escena y colocamos unos actores a los que solo se les puede asociar un tipo de acciones. Ser buen estratega consiste en demarcar el terreno de forma tal que se controlan las relaciones que se establecen entre los personajes, y con ello, el desenlace final, de forma que quien escucha acabe considerando que el remedio al problema que hay en escena es ponerse de parte de quien da el mensaje.

La carta de Sánchez cumple con las pautas burkeanas casi a la perfección. Al enmarcar la escena en una carta, se hace procedente todo lo que va a ocurrir a continuación: mediante una confidencia se invita al lector a prestar apoyo para que quien escribe consiga resistir la agresión y pueda continuar en su trabajo a favor del progreso.

Colocar los actores estratégicamente en escena consiste en identifica un enemigo compartido por la mayoría, que es en la que yo me encuentro. Del otro solo caben malas acciones, frente a las cuales no queda más remedio que yo salga a escena con las mías, que, por guion, son necesariamente buenas. Se gana ventaja retórica al presentarse como el portavoz de un amplio “nosotros” y empujar al lector a considerar que los males que existen tienen su causa en quienes están al otro lado.

Los actores que Sánchez pone en escena inicialmente son una organización ultraderechista y dos cabeceras digitales, y poco a poco va ampliando el foco, subiendo al peldaño de la “galaxia digital ultraderechista”, para escalar a la “constelación de cabeceras ultraconservadoras” apoyadas por la derecha y la extrema derecha. Sigue añadiendo nombres y términos como Feijóo, Abascal, PP, Vox, Senado, hasta delimitar al otro como alguien indisociable de malas acciones; alguien que ataca porque “no acepta el resultado electoral” y necesita mover “la máquina del fango”.

Frente a ese enemigo está el yo que le escribe, persona respaldada “por millones de españoles”, que representa “el avance económico, la justicia social y la regeneración democrática”. Quien firma la carta es persona que se siente mal, agredida, en shock porque está profundamente enamorado de la persona atacada; que tiene por tanto que hacer frente a “una estrategia de acoso y derribo” por parte de quien quiere hacerle “desfallecer en lo político y en lo personal” traspasando “la línea del respeto a la vida familiar”.

El conjunto es un extenso “yo-nosotros” que actúa siempre “desde la razón, la verdad y la educación”, que tiene que hacerse capaz de combatir “una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales”.

La carta cuenta con un tempo que, además de añadir tensión narrativa, abre paso a que durante cinco días puedan ir saltando a escena nuevos actores. Y así sucede: compañeros de partido, votantes, directores de cine y líderes de opinión, acuden con simbólicas selecciones lingüísticas (como la del “no pasarán”, “jauría”, “indefensión”, “obligación a ser sobrehumano”) con las que la dinámica de perfilamiento de personajes se hace ya imparable.

Burke no ha podido pasar por la Moncloa. No solo porque ya hace años que falleció, sino porque nunca hubiera aceptado la petición de poner una carta como escenario del relato de la situación a la que se enfrenta Sánchez. Consciente como fue de que una narración es espada de doble filo, hubiera evitado ser artífice de la deriva que puede tener semejante construcción de la escena.

Al poner una carta personal como base del relato se propicia que sea la emoción la que presida el guion. Es lo característico de la posverdad, modo de comunicación frente al cual se lamentaron prestigiosos periodistas en el año 2016, cuando esta palabra se hiciera oficial en los diccionarios. La posverdad reside en apelar a la emoción con riesgo de anestesiar la capacidad de la razón de advertir evidencias objetivables en contra; una historia bonita no puede ser estropeada por un dato, por muy cierto que éste sea.

El predominio de la emoción termina por eliminar las lindes de los espacios semánticos, y da paso a la libre clasificación de las realidades, de las cosas y de las personas. Así, actores como El Confidencial quedan metidos en el saco de quienes se oponen al progreso y a la regeneración democrática; fuerzas políticas como Bildu están con los defensores de la justicia social; una apertura de diligencias es un acto de la “derecha judicial”; y fácilmente avanzan peticiones al ejecutivo para “tocar el poder judicial” o “intervenir los medios de comunicación”, quedando resbaladizamente justificada la vulneración de la separación de poderes si ésta hiciera falta para proteger al poder de las agresiones.

Con la carta Sánchez ha puesto las bases para garantizar una interpretación a su favor. Sea una moción de confianza (que ganaría), una dimisión y sucesión por vía parlamentaria, unas elecciones, una no apertura de caso, o una acción judicial, quien pide apoyo es alguien profundamente enamorado de su mujer -como a cualquiera le gustaría poder decir-, sin apego al cargo y ocupado solo del servicio público.

Cuando la emoción se adueña del guion, se cambian las reglas del juego, y ahí solo uno lleva las de ganar, quien las cambia. Hasta que la realidad se vuelve en contra.

 

María José Canel.00
Catedrática de Comunicación Política y del Sector Público.
Universidad Complutense de Madrid

 

Fuente: El confidencial